Por Javier Núñez
Cuando publiqué Espejos de bronce (2005), al alimón con Franklin Ramos, decidí definitivamente dedicarme a la literatura en tiempo completo, aunque tendré que morirme de hambre, me dije, a lo Gabo. Decidí dedicar todas mis fuerzas y energías a la literatura. Mi primer plan fue no casarme ni tener hijos… Entonces empecé a escribir de día y de noche. Llegué hasta el extremo de no diferenciar la realidad de la ficción. Ahora, la relación que tengo con la literatura es de tipo matrimonial.
Por aquella época —después de publicar Espejos de bronce— conocí a una chica en la Facultad de Educación (UNA-Puno). La vi en varias ocasiones y, desde luego, llamó mi atención. Era bonita, aún niña. Tenía unos ojos hechizantes… Por pura curiosidad le pregunté a un amigo de su salón:
—¿Cómo se llama?
Él me dijo:
—Salomé…
Fue la primera vez que escuché ese nombre que significa mucho para mí. Me trajo un montón de felicidad y satisfacción en mi carrera literaria. Salomé se convirtió en mi carta de presentación. Todo el mundo hablaba de Salomé, y ella estaba ahí…, acompañándome sigilosamente…
Cuando publiqué Salomé y otros cuentos (Grupo Editorial Hijos de la Lluvia, 2009) —con la ayuda de un gran amigo, Walter Bedregal— empecé a caminar con paso firme, completamente decidido a dedicar mi vida a la literatura…
Pero Salomé no sabe que me inspiré en su nombre el título de mi libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.