domingo, 22 de agosto de 2010

"Nirvana"


–¿Recuerdas tu nombre?
–No.
–¿Te sientes bien?
–Sí, mejor que ayer.

Estoy acostado sobre unos terciopelos dentro de una barraca. A mi lado está sentada una muchacha cuyos cabellos le llegan hasta la cintura, sus ojos parecen dos luceros mirando el infinito, y su rostro bellísimo juega con su silueta de princesa.

–¿Dónde estoy?
–En una isla.
–¿Cómo llegué hasta aquí?

Te encontré inconsciente en la orilla del lago. Sin perder tiempo te traje hasta aquí jalando de brazos por la tierra. Cuando llegamos te acosté con cuidado y advertí que estabas más frío que un trozo de hielo. Entonces te di calor con mi propio cuerpo. Una hora después abriste los ojos. No podías hablar, sólo te limitabas a mirarme como una estatua.

Por la tarde fui a mi morada. No les conté nada a mis hermanas. Al día siguiente, antes que raye el alba, regresé a verte y te encontré dormido. Me senté a tu lado, luego te desperté con cuidado. Abriste los ojos con esfuerzo, dando la sensación de alguien que vuelve a la vida después de una centuria. No hablabas, sólo me mirabas. El manjar y el jugo de frutas te los puse en la boca…, y los engulliste trabajosamente.

Ayer volví con los primeros rayos del sol. Te encontré despierto. ¿Lo recuerdas? Claro que lo recuerdas. Te traje una alforja llena de frutas, pasas y manjares. Te los comiste desesperado mientras yo te miraba concentrada en tu actitud. Balbuceaste algunas palabras que no entendí.

Y esta mañana me demoré porque mis hermanas sospecharon algo. Les inventé un cuento y vine casi secretamente. Al llegar te encontré sentado en la puerta de esta barraca y te vi sano y lozano… Así fue como llegaste a esta isla… Ahora me iré rápido; mis hermanas deben estar esperándome. Mañana volveré con mis manjares y te cantaré mis melodías…

¿Quién será esa doncella? Viene por las mañanas y se va por las tardes. No tengo la menor idea de su identidad. A ratos pienso que es una princesa de cuentos de hada. Creo que yo también me he convertido en personaje de ficción. No recuerdo mi nombre ni sé cómo llegué a estas tierras. Quizá soy un príncipe caído en la guerra y ella es hija del rey que consiguió la victoria.

Su voz es divina y delicia para mis oídos. Cuando canta parece que el mundo está hecho de átomos de música, incluso pienso que los dos somos ondas melódicas en el espacio.

A ratos dudo de mi existencia. Quizá no existamos, quizá seamos personajes de una novela sin terminar. O tal vez seamos un suspiro de un poeta, o un rayo de luz, o una melodía… O a lo mejor ella es una canción y yo un poema.

Desde aquí, donde estoy sentado, la veo venir a paso ligero, con sus cabellos sueltos y su silueta de princesa… A cada huella que deja al caminar la veneraré cuando se marche…

Se está acercando al ritmo de la brisa, inspirando belleza a diestra y siniestra. Apenas llegue besaré su sombra.

Creo que me ha visto. Advierto la sonrisa dibujada en su rostro de virgen. Hola, me dice, ¿ya estás mejor? Sí, le digo, mejor que nunca; ya puedo ir a la guerra. Se ríe mirándome con sus ojos claros. Sonrío como en mis buenos tiempos y ella se sienta a mi lado. Te traje pasas y manjares, me dice.

Sentados en esta isla miramos el horizonte donde se pierde el lago. La brisa nos abanica las mejillas y sus cabellos se agitan. Nos miramos a los ojos y le pregunto cómo se llama. Me dice que no tiene nombre. Llámame como te guste, me sugiere. Nirvana, le digo. Me sonríe mientras le acaricio los cabellos. Yo tampoco recuerdo mi nombre, le digo. No sé cómo llamarte, me dice.

Luego caminamos hacia la orilla bañada por las aguas diáfanas. Cántame una canción, le digo. Ella abre su repertorio con su voz celestial y la brisa deja de soplar. Las pequeñas olas se sosiegan, las gaviotas dejan de cantar. Todo vuelve a la calma. Sus melodías se escuchan en los cuatro puntos cardinales y son delicias para cualquier oído humano.

Seguimos caminando como dos almas enamoradas. En esos peñascos te encontré, me dice. Cuando nos acercamos veo un cartapacio tirado a su suerte, y se me hace familiar. Lo alzo con la diestra y advierto que contiene papeles deteriorados. De pronto recuerdo toda mi vida pasada. ¿Qué sucede?, me dice. Nada, balbuceo. Sigo mirando los papeles, y los recuerdos colman mi mente. De pronto digo: me llamo Christopher. Ella me mira asustada y sus ojos pierden el color de otros días. Has recordado todo, me dice con tristeza en sus labios, ya sabes quién eres.

Mientras peleo con mis recuerdos, ella permanece callada con la mirada puesta en el horizonte. Te irás donde los tuyos, donde tu mundo, me dice, ellos te necesitan. Nunca más volverás a esta isla. Vuelvo la cabeza poco a poco y advierto sus ojos empapados en lágrimas. Estás llorando, le digo. No me contesta. La brisa juega con sus cabellos sueltos y yo me arrepiento de haber pronunciado mi nombre. Si no veníamos por aquí, no hubiéramos encontrado este maldito cartapacio que me devolvió la memoria. Ahora he recordado todo, maldita sea.

Los versos de Darío cruzan mi mente: La princesa está triste / ¿qué tendrá la princesa? Hubiéramos vivido felices si no hubiera recordado nada de mi vida pasada. Desgraciadamente lo he recordado todo. Perder la memoria era como morir y volver a nacer… Limpio sus lágrimas con los pétalos de una rosa. En eso advierto un barco que se aproxima. Ella echa a correr hacia la orilla. ¡Nirvana!, grito con todas mis fuerzas. Corro detrás de ella pero no logro alcanzarla. La veo perderse en las aguas sosegadas del lago.

Las lágrimas humedecen mis mejillas y todavía estoy mirando el punto exacto donde ella se ha sumergido. ¡Maldito cartapacio!, exclamo, y lo arrojo al fondo del lago.

Es un barco de la Marina de Guerra del Perú. Cuando la nave ancla se apean dos agentes y se preguntan cómo pude haber sobrevivido a la catástrofe que sufrió el barco donde viajaba. No les doy mucha explicación. Murmuran que necesito tratamiento médico. Me suben al barco y emprendemos la marcha.

Después de avanzar cierto trecho le pregunto a uno de ellos: ¿Cuando me vieron estaba solo o con alguien? Estabas solo, me dice. Estaba con alguien, le contesto. El otro que me ha escuchado sentencia seguro de sí mismo: Está loco. Es así como me llevan a la ciudad, sentado, cabizbajo, con unas ganas de llorar. De nada sirve vivir si a Nirvana nunca volveré a verla. Es mejor morir aquí mismo.

Miro el reloj colgado a la diestra del piloto. Son las cinco y cincuenta minutos de la tarde. De pronto escucho una canción que viene de lejos, una canción nostálgica que es capaz de arrancar el llanto al mundo entero. ¿Escuchas algo?, le pregunto al que está sentado a mi lado. Nada, me dice, sólo el sonido del motor… Estoy seguro de que es Nirvana…, sí, ella misma… Tengo que ir por ella…

(¡Cuidado!, grita uno de los agentes, ¡sujétenlo…!)



*Este cuento forma parte de "La asesina"

"Lágrimas para Ariadna"


En noches como ésta solías venir, solías subir en silencio y tocar la puerta. Hoy no vendrás, nunca más vendrás, porque ya no estás conmigo. Nadie sabe dónde estás… Quizá ya no existas, quizá nunca hayas existido… O a lo mejor estás de viaje y llegarás mañana. Pero no… ¿Para qué engañarse? Sé perfectamente que nunca has de volver… Maldita sea… Todo por mi culpa… Aún no lo puedo creer… Debo de estar soñando, entonces mañana me despertaré y otra vez amaré tus cabellos suaves, tu mirada azul de niña alegre, tus palabras que suenan a canto, tu fragancia de primavera…, en fin, todo tuyo y todo aquello que guarda un recuerdo tuyo…; y seguramente no me alcanzará la vida para seguir amándote… Pero dónde estás… No puede ser cierto que te hayas marchado para no volver… No es posible que nunca más vuelva a verte… ¿Qué hice? Maldita sea.

Me inclino hacia la ventana, abro la cortina, contemplo el cielo despejado y avizoro la luna que viaja acompañada con tu alma, sin embargo tú no estás en ninguna parte. Trato de encontrar tu mirada en el horizonte, pero no lo consigo. Un suspiro rompe mi respiración y me dan ganas de llorar… Alzo mi guitarra, cuyas cuerdas guardan con recelo tu voz de niña… Empiezo con una canción que solíamos cantar… Dejo de tocar, porque el dolor me aprisiona más… Me acerco otra vez a la ventana y me acomodo en la única silla de mi habitación… En silencio murmuro tu nombre y mis ojos dibujan tu imagen en la pared… Ariadna, Ariadna…, mi delicia…

Si estarías conmigo, mañana mismo viajaríamos a la India, Egipto, Babilonia, Jerusalén, París… Siempre he soñado viajar contigo por los caminos conocidos y desconocidos… Pero ya no estás; te fuiste para nunca más asomar tu cabeza por mi puerta… ¿Qué hice, Dios mío? Nunca me perdonaré…

Apoyado en la ventana escucho tus pasos que se acercan. Vienes con los primeros vientos de medianoche, tan delicada, tan frágil, tan ligera… Los perros empiezan a aullar, el viento canta melodías apocalípticas, el vidrio susurra… En eso tocas la puerta… Te ves linda como siempre y como nadie… Caminas y te sientas en el sofá. Acudo a la despensa por la botella de champaña y las copas que extrañaban nuestros alientos. Me siento frente a ti… Me estás mirando callada, serena. Tu rostro está pálido. No hablas, estás como una estatua. Me das un poco de miedo. Qué importa eso. Siempre he amado tus silencios… Abro la botella y sirvo las copas… Brindo a tu salud y sorbemos mirándonos a los ojos… Enciendo mi radio y pongo un CD que me recuerda a ti. Me gusta vivir de los recuerdos, me gusta todo aquel que guarda un recuerdo tuyo… Suena una canción de antaño y la escuchamos en silencio, jugando con las miradas. Nos tomamos otro sorbo, siempre mirándonos y como temiendo que uno de nosotros desapareciera. Mis ojos no quieren que huyas.

Sigues ahí, sentada y sin moverte, callada y misteriosa. Te contemplo apoyado en la silla. Te ves hermosa, delicada, frágil; pareces una princesa abandonada por su escolta de náyades. Tus cabellos están recogidos en un moño atravesado por una barrita mágica. Desde aquí amo en silencio tu pelo, tu piel, tu sombra dibujada en la pared… De pronto te levantas y te acercas a la ventana. Antes que te sujetara del brazo te lanzas al vacío. Doy alaridos como un loco, como ningún ser humano haya gritado jamás. Los perros dejan de aullar y todo queda en silencio… Tu sombra permanece dibujada en la pared. Parece que solloza, creo que se queja. Me engaño: es la mía, mi sombra asesina…; no la tuya… Es mentira que hayas venido y que nos hayamos tomado champaña… En ningún momento has subido a mi habitación… Sé perfectamente que ya no estás en esta ciudad… Y todo por mi culpa… Me duele recordar tu último beso, tu último suspiro, tu último aliento… No puedo vivir sabiendo que nunca más volveré a verte… Pero yo estaba tan loco como tú, que creía que amar y morir era la misma cosa… Y tú estabas más loca aún, que creías que morir amando era amar por toda la eternidad… Y aquella noche me dijiste en un delirio placentero, mátame si me amas de verdad…; hazlo si nunca me vas a dejar de amar…; demuéstrame tu amor infinito… Y yo…, yo te amaba de verdad…, y te lo demostré en el acto… No quiero recordarlo… Pero, qué hice… Malditas mis manos… Me las voy a cortar, no las necesitosi tú te fuiste para no volver… Para qué tenerlas cuando sé que aquella noche te robaron el aire de tus pulmones… Ya no tiene sentido vivir… Las lágrimas me destrozan el alma… Mi única salvación es seguirte por tu itinerario invisible…


*Este cuento forma parte de "La asesina", que pronto estará en las librerias...

viernes, 13 de agosto de 2010

Presentación del boletín "Oasis"

INVITACIÓN


El grupo editorial "Espiga&Humo" se complace en presentar el tercer número del boletín de literatura "Oasis".

fecha: 19 de agosto, a las 4 pm.

lugar: Sala de grados de la FCEDUC - UNA - Puno


Los esperamos

I COLOQUIO LITERARIO Y MESA DE DEBATE

“El discurso indigenista y los métodos de interpretación”



ponentes y organizadores



Javier Núñez leyendo "Salomé"