jueves, 2 de julio de 2009

Salomé

Javier Núñez

Estoy acostado al lado de una guapa diablesa. Siento su respiración pausada y contemplo su rostro de niña traviesa. Son las cuatro de la mañana y a lo lejos están cantando los gallos; yo también cantaré mis aventuras con esta bella. En unos minutos la despertaré y consumaré por tercera vez nuestro amor loco. La besaré desde sus cabellos hasta la punta de sus pies, le acariciaré sus muslos suaves, la amaré sin frenos ni límites. Ella tenderá sus alas de mariposa y jamás me olvidará en toda su vida.

La conocí a las doce de la noche cuando terminaba la Parada Folklórica de Trajes de Luces. A esa hora, y en fiestas de esta índole, siempre hay diablesas ebrias para recogerlas. En ocasiones anteriores tuve la suerte de llevármelas al hotel. Por eso siempre recorro los sitios donde terminan los pasacalles en busca de bailarinas mareadas. A la semana siguiente pienso ir al Carnaval de Juliaca. Me han dicho que allá las danzarinas beben a jarras incalculables y terminan bailando marinera con sus ropas íntimas en las manos.

No tengo una novia estable, de manera que nadie se queja, nadie me molesta; hago lo que me da la gana y me acuesto con cualquier mujer sin recibir celos. Hasta ahora me he acostado con una infinidad de mujeres, tal como lo muestra mi libreta de Eros, donde registro los datos necesarios y las posturas que empleamos. A veces añado algunos detalles, como por ejemplo, la actitud de las mujeres cuando llegan al orgasmo, los gemidos de las muchachas vírgenes. (A propósito, en mi registro figuran cinco vírgenes.)

Mi objetivo es acostarme con la mayor cantidad de mujeres en toda mi vida. Nunca me casaré, porque se frustrarían mis planes. Parece que vine al mundo a complacer a todas las mujeres insatisfechas. Hasta ahora nadie se ha quejado. Por eso tengo razones suficientes para sentirme orgulloso.

Tengo veinte años y me llamo Orestes de la Fuente. Me gusta la gimnasia y todas las tardes acudo al Búfalo. Levanto pesas y hago otros ejercicios. Eso me permite mantenerme en forma.

Mi primera vez fue a mis quince años con mi profesora de Arte. Ahí me di cuenta de que había nacido para todas las mujeres. No desaproveches este don que Dios te ha dado, me sugirió la profesora.

Esta diablesa que está acostada a mi lado andaba sin brújula cuando le salí al paso. No tuve que cortejarla, porque la iniciativa fue suya. Estaba mareada por los efectos del trago. Sin perder tiempo vinimos a este hotel Los Girasoles. Ella recordó a su enamorado, quien la había engañado con otra chica. Págale con la misma moneda, le dije. Me miró con tristeza en los ojos… Me acerqué más a su lado, acaricié sus cabellos sueltos y advertí la génesis de sus pechos bien formados que asomaban de su traje de diablesa. Tengo sueño, dijo… Pasé la mano por su espalda tenue donde descansaban sus cabellos… Fingió rechazarme en el momento… Seguí insistiendo hasta que en un descuido suyo la besé en los labios, y poco a poco cedió terreno… Su falda de danzarina jugaba con sus muslos blandos por donde mi diestra recorría hasta explorar un capullo de rosa en primavera. Ella empezó a respirar con dificultad y a contonearse en su sitio. Tuve que ganar tiempo al tiempo; así que empecé a desnudarla prenda por prenda. Cuando llegó el momento indicado nos sumergimos en la ciénaga del amor. Retozamos al ritmo de las bandas de músicos y sus gemidos parecían escucharse por todas partes… Fue como ver la cara de la muerte por un instante.

La segunda vez que nos entregamos al placer desmedido fue por iniciativa suya. Ella me despertó y empezó con sus juegos de gata seductora. Retomé fuerzas en el acto e hicimos un viaje al infinito…

Ahora estoy escuchando cantar a los gallos. Son las cuatro y media de la mañana. En ese armario están sus trajes de diablesa, ornamentados de colores. Miro su rostro de niña y pienso que ella tomará otra vez la iniciativa. A ratos me pregunto qué estará soñando.

Cuando se marche anotaré su nombre en mi libreta de Eros. Quizá me busque en otra ocasión, quizá se enamore de mí, pero ya no me encontrará. A las otras mujeres las he olvidado en menos de una hora, sólo figuran sus nombres en mi libreta…

Esta diablesa no piensa despertar, en ese caso yo mismo tendré que despertarla, no me queda otra alternativa. Le susurraré al oído: Salomé, ¿me escuchas? Salomé…

–¡Qué carajo estás diciendo! ¿Quién es Salomé? Yo soy Miluska.

Puno, 12 de julio de 2006

Este cuento forma parte de libro "Salomé y otros cuentos", que muy pronto estará en las librerías.

2 comentarios:

  1. está bueno, pero, por q escribes puro eróticos?????????????????????????????''''''''

    ResponderEliminar
  2. Por un momento pensé....que ella yo.Ya que me llamo Salomé y pase una noche loca,como la que describes....es curioso te buscaré escritor.Un saludo desde Valencia(spain)

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.