Javier Núñez
–Usted perdone, voy a sentarme un rato.
Joaquín miró al hombre que se sentaba a la misma mesa con una botella en la mano.
–Salud, amigo –habló el hombre, y sorbió el trago.
Nunca antes lo había visto; quizá por eso pensó en cambiarse de mesa, sin embargo decidió terminar el trago que quedaba en la botella.
–Disculpe; ¿usted conoce al cabo Martínez? –preguntó el hombre mirándolo a los ojos.
–No lo conozco –Joaquín contestó categóricamente y sin mirarle la cara.
–Me han dicho que frecuenta a este bar.
–No lo sé.
–¿Usted cómo me dijo que se llama?
–Aún no le he dicho mi nombre.
–Ah, claro… Disculpe la interrupción…
–No se preocupe.
–¿Está esperando a alguien?
–No, no. A nadie.
–Entonces permítame que lo acompañe.
–Gracias.
–Lo noto preocupado –dijo el desconocido mientras se llevaba el vaso a la boca.
–No, al contrario. Estoy feliz de haberme divorciado. Es que mi mujer se volvió fea.
–¿Así?
–Se puso bien fea… ¿Sabe? Cada mañana amanecía más fea.
–¿Tanto así?
–Así de tanto… Ahora estoy buscando una chibola.
El hombre se rió mostrando sus dientes perfectos.
–No se ría. Su mujer también se va a volver fea cuando bordee los 25.
–Por suerte, no tengo una mujer estable. Sólo aventuras. Ya me habré acostado con unas cien mujeres.
–Eso está bien… Felicitaciones.
–Gracias… Salud por eso.
–Salud, salud…
–En esa mesa hay dos chibolas. ¿Por qué no las invitamos?
–Son lesbianas.
–¿Qué?
–Son lesbianas. Hace rato estaban besándose en los labios…
–No me diga.
–De veras… Mira, mira… Se están manoseando.
–¡Malditas lesbianas!… Ahora me acuerdo: el cabo Martínez detestaba a las lesbianas y a los cabros. Si estaría acá ya les hubiera metido plomo.
–¿Así?
–Sí.
–Ahora no se sabe dónde anda. La última vez que lo vi me contó que había cometido un crimen…
–¿Un crimen?
–Sí. Sólo uno.
–No sea gracioso…
–Mi amigo, el cabo, dijo que fue en defensa propia.
–¿Lo asaltaron?
–No exactamente… Le contaré su historia… Pero temo que alguien nos esté escuchando.
–No se preocupe. Aquí nadie nos escucha. Todos están borrachos.
–Está bien… Salud… Cuando Martínez aún estaba en el cuartel, el capitán Barrios lo llevó a su departamento para algún trabajo, creo que iba a redactar un oficio, no me acuerdo bien…
–Salud, salud…
–Se quedó revisando los archivos en la computadora. En eso encontró un video. Era pornografía gay. Mi amigo, el cabo, tuvo curiosidad de verlo… En la pantalla aparecieron dos hombres acariciándose, desnudos, al lado de una cama… ¡Imagínese!
–¿Y?
–Compre otra jarra, caso contrario no seguiré con el relato.
–Está bien… Vuelvo en seguida…
Joaquín se levantó de la silla y acudió al mostrador. Pidió una jarra de ron cartavio y se incorporó a la mesa donde el desconocido lo esperaba.
–En eso el cabo escuchó respirar a alguien a sus espaldas. Se asustó sin saber por qué. Volvió la cabeza lentamente. No lo pudo creer. El capitán estaba ahí, completamente desnudo, con una pistola en la mano. Cabo, sé que te gustan los hombres, dijo. El cabo, como se imaginará, no supo qué hacer. Cabo, arrodíllate y hazme el mamey. Martínez seguía sin moverse. ¡Cabo, hazme el mamey! ¡Es una orden! Mi capitán, no entiendo qué está pasando, contestó mi amigo.
–¿Que el capitán era cabro? –preguntó Joaquín.
–No me interrumpa; déjeme que termine de contarle… ¡Cabo, quítate la ropa!, rugió el capitán. Martínez no sabía qué hacer. Miró a todos lados buscando por donde fugar. No había escapatoria. ¡Cabo, quítate el pantalón o lo haré yo! Martínez empezó a temblar de miedo. Inconscientemente se aseguró la correa del pantalón. En eso el capitán lo golpeó en la cara con la culata de la pistola. El cabo cayó de la silla… El capitán trató de quitarle el pantalón. Se produjo un forcejeo entre ambos. De pronto, Martínez reaccionó con una habilidad impresionante y se apoderó de la pistola del capitán. Sin pensarlo dos veces le metió tres balazos. El capitán cayó dando estertores. Mi amigo, el cabo, volvió a asegurarse la correa del pantalón y salió apresurado del departamento. Nunca más volvió al cuartel. Ahora se encuentra prófugo…, aunque piensa entregarse a la justicia… Está medio loco el muchacho. Siempre anda diciendo: lo maté por cabro…
–Impresionante.
–¿Qué?
–Es una historia trágica.
–No sé si será trágica o no. El caso es que el capitán mereció morir…, por cabro, de hecho… Por eso lo maté…
–¿Qué dijo?
–Que lo mató el cabo, yo no…, soy inocente… El cabo fue quien lo mató… De veras, no tengo nada que ver en la vaina esa… Mi amigo, el cabo, lo mató y luego me lo contó… Sí… Soy inocente… Salud…
–Usted perdone, voy a sentarme un rato.
Joaquín miró al hombre que se sentaba a la misma mesa con una botella en la mano.
–Salud, amigo –habló el hombre, y sorbió el trago.
Nunca antes lo había visto; quizá por eso pensó en cambiarse de mesa, sin embargo decidió terminar el trago que quedaba en la botella.
–Disculpe; ¿usted conoce al cabo Martínez? –preguntó el hombre mirándolo a los ojos.
–No lo conozco –Joaquín contestó categóricamente y sin mirarle la cara.
–Me han dicho que frecuenta a este bar.
–No lo sé.
–¿Usted cómo me dijo que se llama?
–Aún no le he dicho mi nombre.
–Ah, claro… Disculpe la interrupción…
–No se preocupe.
–¿Está esperando a alguien?
–No, no. A nadie.
–Entonces permítame que lo acompañe.
–Gracias.
–Lo noto preocupado –dijo el desconocido mientras se llevaba el vaso a la boca.
–No, al contrario. Estoy feliz de haberme divorciado. Es que mi mujer se volvió fea.
–¿Así?
–Se puso bien fea… ¿Sabe? Cada mañana amanecía más fea.
–¿Tanto así?
–Así de tanto… Ahora estoy buscando una chibola.
El hombre se rió mostrando sus dientes perfectos.
–No se ría. Su mujer también se va a volver fea cuando bordee los 25.
–Por suerte, no tengo una mujer estable. Sólo aventuras. Ya me habré acostado con unas cien mujeres.
–Eso está bien… Felicitaciones.
–Gracias… Salud por eso.
–Salud, salud…
–En esa mesa hay dos chibolas. ¿Por qué no las invitamos?
–Son lesbianas.
–¿Qué?
–Son lesbianas. Hace rato estaban besándose en los labios…
–No me diga.
–De veras… Mira, mira… Se están manoseando.
–¡Malditas lesbianas!… Ahora me acuerdo: el cabo Martínez detestaba a las lesbianas y a los cabros. Si estaría acá ya les hubiera metido plomo.
–¿Así?
–Sí.
–Ahora no se sabe dónde anda. La última vez que lo vi me contó que había cometido un crimen…
–¿Un crimen?
–Sí. Sólo uno.
–No sea gracioso…
–Mi amigo, el cabo, dijo que fue en defensa propia.
–¿Lo asaltaron?
–No exactamente… Le contaré su historia… Pero temo que alguien nos esté escuchando.
–No se preocupe. Aquí nadie nos escucha. Todos están borrachos.
–Está bien… Salud… Cuando Martínez aún estaba en el cuartel, el capitán Barrios lo llevó a su departamento para algún trabajo, creo que iba a redactar un oficio, no me acuerdo bien…
–Salud, salud…
–Se quedó revisando los archivos en la computadora. En eso encontró un video. Era pornografía gay. Mi amigo, el cabo, tuvo curiosidad de verlo… En la pantalla aparecieron dos hombres acariciándose, desnudos, al lado de una cama… ¡Imagínese!
–¿Y?
–Compre otra jarra, caso contrario no seguiré con el relato.
–Está bien… Vuelvo en seguida…
Joaquín se levantó de la silla y acudió al mostrador. Pidió una jarra de ron cartavio y se incorporó a la mesa donde el desconocido lo esperaba.
–En eso el cabo escuchó respirar a alguien a sus espaldas. Se asustó sin saber por qué. Volvió la cabeza lentamente. No lo pudo creer. El capitán estaba ahí, completamente desnudo, con una pistola en la mano. Cabo, sé que te gustan los hombres, dijo. El cabo, como se imaginará, no supo qué hacer. Cabo, arrodíllate y hazme el mamey. Martínez seguía sin moverse. ¡Cabo, hazme el mamey! ¡Es una orden! Mi capitán, no entiendo qué está pasando, contestó mi amigo.
–¿Que el capitán era cabro? –preguntó Joaquín.
–No me interrumpa; déjeme que termine de contarle… ¡Cabo, quítate la ropa!, rugió el capitán. Martínez no sabía qué hacer. Miró a todos lados buscando por donde fugar. No había escapatoria. ¡Cabo, quítate el pantalón o lo haré yo! Martínez empezó a temblar de miedo. Inconscientemente se aseguró la correa del pantalón. En eso el capitán lo golpeó en la cara con la culata de la pistola. El cabo cayó de la silla… El capitán trató de quitarle el pantalón. Se produjo un forcejeo entre ambos. De pronto, Martínez reaccionó con una habilidad impresionante y se apoderó de la pistola del capitán. Sin pensarlo dos veces le metió tres balazos. El capitán cayó dando estertores. Mi amigo, el cabo, volvió a asegurarse la correa del pantalón y salió apresurado del departamento. Nunca más volvió al cuartel. Ahora se encuentra prófugo…, aunque piensa entregarse a la justicia… Está medio loco el muchacho. Siempre anda diciendo: lo maté por cabro…
–Impresionante.
–¿Qué?
–Es una historia trágica.
–No sé si será trágica o no. El caso es que el capitán mereció morir…, por cabro, de hecho… Por eso lo maté…
–¿Qué dijo?
–Que lo mató el cabo, yo no…, soy inocente… El cabo fue quien lo mató… De veras, no tengo nada que ver en la vaina esa… Mi amigo, el cabo, lo mató y luego me lo contó… Sí… Soy inocente… Salud…
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