jueves, 19 de enero de 2012

Un adelanto de "Vírgenes y herejes" de Javier Núñez

Javier Núñez

Un adelanto de "Vírgenes y herejes" (Premio Nacional de Novela Ciudad Incontrastable-2011)
Pronto en las librerías...





PRIMERAS NOTICIAS





Enrique Beltrán fue quien me habló por primera vez sobre la existencia de Vírgenes y herejes, un libro que narra la historia de tres sujetos sacrofílicos que boicotearon en dos ocasiones la Festividad de la Virgen de la Candelaria, profanaron iglesias, torturaron a los curas, mantuvieron relaciones sexuales con las vírgenes y algunos santos. Es un libro no apto para católicos, profirió Enrique desde el otro lado del teléfono, la religión cristiana prohibió su circulación; sólo se conserva un ejemplar. ¿Quién lo tiene?, pregunté lleno de emoción. Alguien…; sé dónde está. ¿Dónde?, volví a preguntarle. Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir aquel libro… Tendría que decírtelo personalmente, dijo Beltrán. Está bien, le dije, nos vemos en La Casa del Abuelo.

Mi nombre es Christopher de la Riva, tal como consta en mi partida de nacimiento… No llegué a conocer a mi madre, porque fue asesinada a mis dos meses de vida. Según mi abuelo materno, el que la mató a balazo limpio fue un joven que iba a ser mi padre. No quisieron darme más datos al respecto. No encontré ninguna explicación de la tragedia: ¿por qué la habría matado?, ¿cuáles habrían sido los motivos? Siempre tuve la curiosidad de saber las causas del crimen… El asesino —o sea mi presunto padre— desapareció del país. Era acusado de varios crímenes. De manera que tampoco llegué a conocerlo… En realidad no se sabía quién era mi padre… Fueron mis abuelos quienes me criaron desde mi nacimiento. Debí de haberles causado mucho trabajo; ahora estoy infinitamente agradecido… Mi abuela solía recordar a mi madre con nostalgia: Era bonita, alegre; lo que no me gustaba era su costumbre de salir con varios chicos a la vez… Coleccionaba las fotos de sus enamorados. En ese plan conoció a un asesino esquizofrénico, quien la mató sin ninguna piedad…


A mis diez años empecé a leer literatura. Para mi suerte, el abuelo tenía una buena biblioteca. Si no hubiera sido abogado, hubiera sido escritor, solía decir. Una vez le pregunté si alguna vez había escrito algo. Quise escribir una novela, dijo, pero nunca me di tiempo para hacerlo… Yo más bien estaba decidido a ser escritor, pasara lo que pasare… A mis diez años dije, quiero ser escritor, motivado, quizá, por las primeras noticias que tuve de Vargas Llosa. Empecé a leer todo lo que caía en mis manos. Mi primera lectura decisiva fue la Biblia. Cuando cursaba estudios superiores decidí definitivamente dedicarme en tiempo completo a la literatura. Mi primer plan fue no tener hijos ni casarme…, quise vivir exclusivamente para la literatura… Leí con devoción a García Márquez, y me declaré discípulo suyo. Años después me sumergí en el mundo maravilloso de Roberto Bolaño, y me consideré seguidor suyo.


A mis diecinueve escribí mi mejor cuento, Hotel La Plaza, inspirado en Conversa, de Mario Benedetti, con el cual gané un concurso en Lima. La noche que me premiaron me creí inmortal y me convencí de que ser escritor significa haber llegado al más alto nivel de inteligencia… Mi abuelo lo celebró por varios días, y estuvo orgulloso de mí. Has heredado mi vocación literaria, solía decir… Ahora me siento feliz de saber que fui su nieto más querido…


Por esa época leí Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas. Después de la lectura caí en la cuenta de que mi abuelo era un bartleby, es decir, uno de esos seres que no escriben, o en mejor de los casos, publican un libro y no vuelven a hacerlo. Por mi parte, me consideré otro bartleby, porque hace cuatro años no publicaba nada. Escribía algunos cuentos que nunca los acababa o los corregía. Es más, hace cuatro años venía buscando un tema para escribir mi primera novela. No lo encontraba por ningún lado. Quizá estuve equivocado, porque, como dice Borges, el escritor no debe buscar el tema, más bien éste debe buscar a aquél… Una tarde, en un desvarío literario, desde la azotea de mi departamento, grité a los cuatro vientos, soy un bartleby. Por la noche llamé a Vila-Matas con la intención de decirle que me apadrine. Por supuesto que no me contestó sino una voz femenina. Disculpe, ¿con el señor Vila-Matas? Número equivocado, me contestó fríamente… Luego revisé las llamadas recientes en mi móvil: figuraba el nombre de Vilma Tania. No supe cómo tenía su número (no la conocía), supuse que algún amigo me lo había pasado… Una hora después volví a llamarla. La muy bandida cedió terreno. Concertamos una cita en un conocido bar de la ciudad. No tenía dinero para invitarle un café por lo menos. Así que rematé en la cachina una casaca que mi primo me había regalado y con esa plata acudí a la cita… Cuando entré en el bar me fijé rápido en la única mujer sentada. Me acerqué a su mesa con los nervios de punta. ¿Vilma?, le pregunté. Sí, me dijo. Después de sentarme llamé al mozo y le pedí dos vasos de pisco sour. No te has presentado, me dijo. Soy Christopher de la Riva. ¡Ah...!; ¿y el nombre te lo puso tu mamá o tu papá? Ninguno de los dos…; fue mi abuelo. ¿Sabes?: me gusta tu nombre. Luego de sorber el licor preguntó, ¿a qué te dedicas? Soy bartleby. En cristiano, por favor. Soy escritor. No hizo ningún comentario, creo que no lo entendió. Así que hablamos de cosas banales y bebimos varios vasos de pisco. No sé por qué, creo que por curiosidad, le dije indirectamente que la deseaba. La muy bandida me dejó perplejo con una proposición más directa, vamos al hotel… En efecto, sin perder más tiempo fuimos y retozamos en la cama hasta el amanecer. Por mi parte, demostré mi poderío en la cancha y jugué hasta el último minuto. Hice todos los goles posibles. Por su parte, comprendió qué era en realidad hacer el amor. Dijo que nunca había experimentado esas sensaciones placenteras ni había llegado al orgasmo. Será por eso que empezó a respetarme. Mi buen escritor, dijo, lo haces como los dioses. La muy bandida quiso casarse conmigo. No quiero ser tu amante, dijo, quiero estar todas las noches en tu cama. Claro que no me casé, porque debía estar libre para dedicarme del todo a la literatura… Aún estaba en el hotel con ella cuando recibí la llamada de Beltrán. Oye tío, dijo, hay un libro diabólico que te puede gustar. ¿De qué libro estamos hablando?, pregunté. Es un libro no apto para católicos, profirió Enrique desde el otro lado del teléfono, la religión cristiana prohibió su circulación; sólo se conserva un ejemplar. ¿Quién lo tiene?, pregunté lleno de emoción. Alguien…; sé dónde está. ¿Dónde?, volví a preguntarle. Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir aquel libro… Tendría que decírtelo personalmente, dijo Beltrán. Está bien, le dije, nos vemos en La Casa del Abuelo.


Después de entrar en el bar me senté a la barra, pedí cigarrillos importados y esperé a Beltrán. De pronto vi a una pareja dos mesas más allá. La chica me pareció algo aceptable, es decir, reunía los requisitos mínimos. Pero no la deseé. Creo que ella más bien me deseaba, porque a cada rato me miraba con ojos de gata en celo. Quiere que le den trámite, me dije. Creo que se dio cuenta su enamorado, un tipo medio moreno y nada galán. Ella me seguía mirando y el tipo aquel no soportó más los celos. Se levantó de la silla y se me acercó decidido a todo. ¿Por qué carajo mira a mi flaca? Con toda la tranquilidad del caso abrí la cremallera de mi casaca y le mostré el cañón de la pistola que me había regalado el buen Chiripa. En cuanto lo vio se asustó y me dijo, número equivocado; disculpe… Llevaba la pistola desde el día en que me había declarado sicario. Tenía las ganas de pegarle un tiro a la gente superflua en el mundo. Esa idea se me ocurrió aquella vez que leí La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo… Por fin, Beltrán apareció con varios libros en la mano. Bebimos licor preparado hablando de literatura. Beltrán —alto, delgado, con lentes— quería ser poeta. Estaba preparando su primer poemario. ¿Quién tiene el libro de que me hablaste?, le pregunté a bocajarro. Lo tiene Jorge Herrera, dijo Beltrán, le he escuchado mencionarlo en la presentación de su poemario. Mañana mismo viajo, le dije, necesito el libro.

(…)