lunes, 13 de diciembre de 2010

Stephanie

Javier Núñez


Empecé con mi oficio de asesina a los 18 años, cuando Fernando Bueno me sacó la vuelta. Aún no olvido aquella noche del crimen, aunque ya pasaron cuatro años. Lo amaba con pasión desenfrenada; fue el amor de mi vida. Pero este maldito me falló, me pagó mal… Tuve que matarlo, no me quedaba otra opción… La noche que debuté de asesina, naturalmente, era novata en estas cuestiones… Por poco se me fue de las manos; a duras penas logré acabar con él.

Cuando regresaba del baño alguien me rozó con el codo. Volví la cabeza para saber quién era. Era un joven más o menos apuesto. Llevaba en la mano una jarra de licor preparado. Hola querido, le dije. Hola, me contestó, soy Johann. Yo soy Stephanie, me presenté. Mis amigos me abandonaron, dijo, me quedé solo. Yo también estoy sola, le contesté. Entonces ¿podemos terminar esta jarra?, preguntó. Sí, le dije, y luego ya vemos qué hacemos. Empezamos a beber y bailar junto a otras parejas. Intuí que era uno de esos chicos que frecuentan a las discotecas en busca de chicas mareadas, para llevárselas al hotel. Los conozco bien… En mi caso ocurre todo lo contrario. Yo soy quien se los lleva al hotel…

Todo andaba bien con Fernando… En realidad, no pensaba matarlo, si lo amaba con todas mis fuerzas… Aquella noche, mientras hacíamos el amor en un viejo hotel, advertí que me trataba como a una cualquiera: sin cariño ni amor… Como si eso fuera poco, pronunció el nombre de otra chica y terminó sin satisfacerme. Me dejó con las ganas ardientes… No supe cómo completar mi orgasmo. Luego se tendió a mi lado y se durmió olvidándose de mí. Yo ansiaba sus caricias, sus besos, sus palabras suaves… Entonces confirmé mis sospechas. Mis amigas decían que me engañaba con su compañera del salón… Insólitamente se me ocurrió la loca idea de vengarme… Lo mataré, me dije… No sé qué me pasaba, lo cierto es que me excitaba como si una fuerza satánica me removiera las entrañas. No encontré ningún objeto para usar de consolador, quizá así me hubiera calmado un poco… Empecé a frotarme el clítoris con los dedos… No pude controlarme, mi cuerpo se incendiaba…, enloquecía cada vez más… Entonces lo dejé sin aire con la correa de su pantalón…

Johann me deseaba. Me di cuenta en sus miradas. No sabes en quién te has fijado, le dije sin que me escuchara, caíste en la trampa. Eres mi próxima víctima. Y seguíamos bailando. Poco a poco se me pegaba al cuerpo. Quería tocarme los pechos. Entonces pusieron música reggaetón. Le di la espalda y él me agarró de la cintura… Empecé a mover las caderas. Johann se me pegó más, de manera que le desperté su instinto animal…

Con el paso de los años conocí a muchos chicos. Casi a todos los llegué a matar. Sólo se salvó uno… Si un hombre es torpe en la cama, si no llega a complacerme, lo mato sin dudarlo, porque no sirve para nada… Soy una mujer insaciable, para la mala suerte de los chicos. No sé qué pensarán otras chicas, yo más bien soy muy exigente en el sexo… La idea me viene desde aquella vez que escuché a un chico decir que las mujeres sólo sirven para la cama. Me molestó que se expresara así… Vamos a ver, me dije… Logré que me lo presentaran. Luego empecé a seducirlo con mis encantos. Fingí que estaba enamorada de él. El imbécil de Valentín –así se llamaba– se lo creyó. Como soy una mujer perfecta, con las medidas exactas, el chico no se resistió a mis insinuaciones. Como era de esperar, terminamos en un hotel. No logró apagar las llamas que me quemaban las entrañas…, así que lo maté sin pensarlo dos veces… Mientras se movía débilmente sobre mi cuerpo apelé a mi daga –bendecida por el cura– y se la clavé en el pecho. Luego me vestí rápidamente y abandoné el hotel…

A bocajarro le pregunté a Johann, ¿llevas preservativos? Sí, me susurró al oído. Entonces vamos al hotel, le dije. Se colocó la chaqueta que estaba en la silla y salimos de aquella discoteca. Tomamos un taxi estacionado a media cuadra del local. En el carro, Johann me besaba y me acariciaba los muslos. El chofer nos miraba de cuando en cuando a través del retrovisor.

Frecuento a las discotecas en busca de víctimas… Allí encuentro hombres de todo tipo. Los seduzco con mis atributos físicos y luego los despacho al infierno. No hay hombre que se resista a mis encantos de diosa. Tengo la estatura apropiada, los pechos perfectos, las caderas bien contorneadas… O sea, soy una chica como les gusta a los hombres: poderosa y rica… Agradezco a Dios por haberme hecho una mujer perfecta… Tengo el cuerpo escultural…, envidiable… En realidad soy una asesina, tanto en el sentido literal como figurado. Una vez –antes de matar a Fernando– despaché a un chico al hospital con la columna vertebral rota después de hacer el amor en una silla… Con una movida destrozo a los muchachos débiles… Camino por las calles con una falta bien corta; otras veces, con un pantalón delgado y bien apretado, que si se me mira con detenimiento, se me nota todo… Como se advertirá, tengo poder sobre los chicos. Cumplen mis órdenes sin quejas ni murmuraciones; no les queda otra que obedecerme si quieren sentir mi cuerpo…

Johann y yo llegamos al hotel Asia en el barrio San Lorenzo. El cuarto 333, por favor, le dije al recepcionista. Luego subimos a la tercera planta como marido y mujer. Al encender la luz advertí la cama que había de testificar mi travesura diabólica. No dejé que Johann me desnudara; lo hice yo mientras él entraba al baño. Cuando regresó me vio tendida en la cama, completamente desnuda. Demuéstrame todo lo que sabes, le dije. Él se quitó la ropa raudamente y se me acercó seguro de sí mismo. Iba a embestirme sin más ni más cuando le dije, ponte el preservativo. Hizo caso omiso y volvió a intentar con el ataque. Si no tienes preservativos, la función se cancela, le dije con voz de mando.

Sólo un hombre se salvó de mis garras. Pareciera mentira pero el tipo sobrevivió. Se llamaba Orestes de la Fuente. Era musculoso, atlético, y guapo obviamente. Era un artista en la cama… Me hizo el amor en todas las posturas, me provocó orgasmos múltiples… El Kamasutra era poca cosa para su experiencia… ¡Qué hombre, Dios mío! ¡Qué manera de hacer el amor! Aún recuerdo sus movidas, a ratos suaves, a ratos bruscos… Recuerdo que el placer me removió todo el cuerpo; perdí contacto con este mundo, me sentí como en la otra dimensión… Disfruté como nunca…, y quedé completamente satisfecha…

Johann trató de forzarme. Aquí mando yo, le dije, ¿traes tu preservativo o abandonas el hotel? Voy a comprarlo, dijo, regreso en seguida… Se vistió como sea y salió de la habitación… Dejó olvidados su calzoncillo y sus calcetines… Estaba convencida de que regresaría rápido, porque abundan farmacias en las inmediaciones del hotel Asia. Mientras tanto, limpié y besé mi daga que suelo llevar en la cartera. Con una sola estocada mato a los hombres. Conozco bien el punto exacto por donde herirles el corazón… No sé cómo pero me había quedado dormida. Desperté de un salto. Johann no había regresado. Eran las seis de la mañana. Me peiné con cuidado después de vestirme, luego salí del cuarto con la cartera al hombro. Aquella noche no hubo negocio, Johann se escapó de mis garras… No debí exigirle que usara el preservativo… Será en la próxima, me dije. Le entregué la llave de la habitación al recepcionista y salí del hotel. En la puerta encontré a Johann dormido como un muerto, con un paquete de preservativos en la mano.



Este cuento forma parte de "Asesinas"



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