Por Bladimiro Centeno Herrera
El arte de la narrativa breve es un ejercicio bastante difícil. En la ciudad de Puno, muy pocos escritores convirtieron los hechos anecdóticos en perfectos artefactos verbales, que configuren mundos ficticios, autónomos y con dimensiones metafóricas.
La lectura temática que predomina en las diversas instituciones educativas, el bajo hábito de lectura analítica, limitado ejercicio de la escritura en los alumnos y docentes de primaria, secundaria y superior, ha impedido el desarrollo de un criterio textual en las manifestaciones verbales de los habitantes de la región de Puno. Es más, una rápida mirada de los diferentes discursos periodísticos, académicos y literarios de la región demuestra que nuestra competencia textual es sumamente precaria y muchas veces cantinflesca.
En estas condiciones, la escritura del cuento requiere de un largo aprendizaje y un dominio progresivo de las propiedades y categorías textuales sin los cuales ninguna expresión verbal constituye un texto con efectividad comunicativa. Este aprendizaje de la escritura con criterios textuales ha asumido efectivamente Javier Núñez en todas sus etapas.
La primera vez que presenté una publicación literaria de Javier Núñez fue en el año 2005. El libro que comentábamos en esa oportunidad titulaba “Espejos de bronce” en coautoría con Franklin Ramos. Las primeras impresiones que tuve de ese libro las expresé inmediatamente, sin mediar sutilizas que suelen caracterizarme cuando comento un libro de un escritor ya mayor.
Habían ciertos motivos que en esa oportunidad me obligaron a expresar mis apreciaciones en forma drástica: estaba frente a un escritor muy joven, poseía una gran pasión por la literatura y mostraba un dominio sintáctico de la escritura. Pero carecía del dominio de otros componentes cognitivos para consolidar su escritura literaria: criterio textual, proporcionalidad en la distribución de los datos y dominio de las técnicas literarias para procesar mejor los elementos narrativos. Fui drástico en mis comentarios, pero esa realidad ha variado significativamente en la actualidad con Javier Núñez.
Ahora nos presenta el libro de cuentos “Salomé y otros cuentos” (Puno, 2009) constituido por ocho títulos que ya no requiere de otras observaciones drásticas como en la presentación anterior. Pues el autor ha progresado muchísimo en su escritura literaria y ha sometido sus textos narrativos a una reescritura constante.
Javier Núñez posee madera de escritor. Ha consolidado su capacidad narrativa, ha profundizado su dominio sintáctico, sus textos ya no exhiben desproporciones secuenciales como en sus textos iniciáticos, el dominio de las estrategias textuales es evidente y maneja ampliamente las técnicas narrativas. En consecuencia, los cuentos que componen el libro “Salomé y otros cuentos” constituyen ya un aporte a la narrativa breve puneña.
Se advierten varios componentes que singularizan el libro en el contexto de la literatura puneña. Una primera constatación nos conduce a señalar que Núñez pretende poner de manifiesto cierta herejía con la literatura puneña que se caracteriza por su solemnidad y culturalismo. Introduce la ironía como una estrategia de indagación de la desintegración de los valores andinos manifiesto en discordancia con las prácticas concretas.
Núñez nos ofrece un conjunto de historias en las cuales los personajes exploran la vida sin determinar claramente las fronteras entre la realidad y fantasía. Es decir, los sujetos narrativos emprenden acciones humanas con un criterio que termina estallando frente a las comprobaciones paradójicas de la vida real. Esta peculiaridad solo es posible en la medida en que los personajes que predominan en los cuentos de Javier son jóvenes que acaban de superar la adolescencia y se disponen a descubrir la vida.
Los primeros cuentos confrontan la fantasía con la realidad. En “Clara Luz”, Luis Gerardo que acude a una cita con expectativas sexuales termina recibiendo un encargo para realizar una actividad mercantil. En “El Retorno de Zoraida” el alma en pena de una mujer abusada vuelve a ajustar cuentas con Ludovico Altamirano. En “Débora Rojas”, un secuestro a una fémina termina produciendo un encuentro inesperado.
El mundo de la promiscuidad se precisa mejor en los siguientes cuentos. En “Una intimidad con Sherly”, descubre la doble vida de la hija del doctor que trata a Pelayo, cómplice de la otra vida de la hija. En “Fotografía”, la foto de una mujer adquiere la forma humana para llevarse al personaje a otro mundo por una deuda afectiva. En “Una noche inolvidable”, un cura consuma el amor de la novia en su noche de matrimonio. En “Salomé”, un cazador sexual de mujeres embriagadas en las noches de la Fiesta de Candelaria termina confundiendo la identidad de sus víctimas complacientes. Y, finalmente, en “Una noche con Pamela”, las perspectivas sexuales de un adolescente terminan en estado de ebriedad que frustra sus pretensiones.
En este universo, la vida se caracteriza por convertir el amor y el sexo en componentes lúdicos de una realidad donde los valores y normas institucionales han perdido la función ordenadora. Entre los personajes, abundan los aprendices de donjuán envueltos en experiencias que ridiculizan sus propias expectativas.
En síntesis, el escritor nos presenta un mundo en el cual los sujetos humanos, a pesar de ciertas expectativas normativas, experimentan una pérdida de valores. En sus experiencias concretas de la vida, no logran componer su propia identidad, carecen de un propósito vital, no poseen ningún compromiso con la realidad circundante.
En consecuencia, el sexo es la llave perfecta para perderse en el laberinto de la vida. Esto se produce porque el mundo que nos presenta el escritor se caracteriza por su caos, cinismo y desintegración que afianza la incredulidad de los personajes y pérdida del sentido de la vida. En este mundo, la experiencia carnal constituye una tabla de salvación para seguir buscando el horizonte de la vida.
En consecuencia, Javier Núñez posee el espíritu adecuado para traducir la condición humana del hombre contemporáneo en el altiplano puneño. Falta profundizar la temática, los personajes son relativamente planos, las historias no trascienden con efectividad las anécdotas; pero introduce a la literatura puneña nuevos elementos simbólicos, nos ofrece una nueva óptica de la vida y celebra el placer de la vida como un mecanismo para afrontar el deterioro de las circunstancias socioculturales del altiplano puneño.